Mark Carney triunfa en Canadá y promete resistencia ante Trump en un escenario geopolítico tenso

El líder del Partido Liberal, Mark Carney, se alzó con la victoria en las elecciones legislativas del 28 de abril en Canadá, alcanzando 168 escaños, apenas cuatro por debajo de la mayoría absoluta. Aunque aún no conforma un gobierno de mayoría, Carney no ha titubeado en definir el tono de su mandato: firmeza ante la creciente presión del presidente estadounidense Donald Trump, cuyas declaraciones recientes han tensado al máximo las relaciones bilaterales.
“Estados Unidos quiere nuestra tierra, nuestros recursos, nuestra agua, nuestro país… y eso no pasará, nunca jamás pasará”, declaró Carney en su primera comparecencia como primer ministro electo, en un mensaje que resonó como ruptura con décadas de aproximación diplomática entre ambos países. Pese a la dureza de sus palabras, confirmó su disposición a negociar “como dos naciones soberanas”, abriendo un periodo de diálogo bajo un contexto altamente polarizado.
Las tensiones escalaron cuando, en plena jornada electoral, el presidente Trump publicó en redes sociales su deseo de que Canadá se convierta en el estado 51 de la Unión Americana, acusando la existencia de una “frontera artificial”. El gesto, ampliamente criticado incluso por sus aliados ideológicos en Canadá, evidencia una estrategia de presión que se complementa con medidas concretas: nuevos aranceles a productos canadienses que ya están golpeando sectores clave como la energía, la automoción y la agroindustria.
En Ottawa, la expectativa por la llegada del nuevo embajador estadounidense, Pete Hoekstra —confirmado apenas hace tres semanas por el Senado de EE.UU.— es alta. Aunque su discurso formal apuntó a reforzar la cooperación y el comercio bilateral, fuentes diplomáticas canadienses no descartan un viraje en su narrativa, condicionado por la volátil agenda de Trump.
Frente a este escenario, Carney ha reiterado su intención de diversificar los vínculos estratégicos de Canadá. “Tenemos muchas, muchas opciones”, afirmó, en alusión a alianzas con otros bloques como la Unión Europea, con quien Canadá mantiene un tratado de libre comercio desde 2017. Sin embargo, especialistas como el politólogo Dónal Gill advierten que la dependencia estructural de Canadá respecto a EE.UU. —económica, energética y cultural— no se revierte con declaraciones.
La paradoja es elocuente: mientras Carney propone una agenda de soberanía reforzada, las provincias canadienses mantienen relaciones más estrechas con sus contrapartes estadounidenses que entre sí. El petróleo del oeste canadiense sigue fluyendo en un 99 % hacia EE.UU., sin infraestructura que lo conecte con el Atlántico canadiense, en gran parte por la resistencia del soberanismo quebequense a la construcción de oleoductos. Lo mismo ocurre con la industria automotriz, tejida en una red trilateral con México y EE.UU., cuya desvinculación sería técnicamente compleja y económicamente costosa.
Carney hereda así una victoria frágil, con un margen parlamentario ajustado y un vecino cada vez más agresivo. Gobernar en este contexto será, más que un ejercicio político, un desafío diplomático en el que Canadá deberá reconfigurar sus prioridades externas sin romper los lazos que aún sostienen su equilibrio económico.