César Duarte reaparece y recalibra su regreso al ajedrez político de Chihuahua

Local19 de junio de 2025 Por BP Staff
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La reaparición pública del exgobernador César Horacio Duarte Jáquez marca su retorno formal al escenario político estatal, una jugada meditada que se materializó en defensa de las presas ubicadas en su rancho El Saucito, tras la orden federal de desmantelarlas por supuesta ilegalidad. Más allá del episodio hidráulico, lo significativo fue su elección para colocarse de nuevo bajo los reflectores, después de haber filtrado discretamente algunas imágenes en restaurantes de la capital.

Su aparición reactiva las especulaciones sobre una eventual participación en la contienda política de 2027. Duarte, conocido por su habilidad para articular alianzas y construir estructuras políticas sólidas, aún conserva un núcleo leal de operadores, muchos de los cuales sobrevivieron las crisis judiciales y políticas que lo mantuvieron fuera de la esfera pública. La sola posibilidad de su retorno suma un elemento de peso al escenario ya saturado de variables de la política chihuahuense.

Sin embargo, si bien sus credenciales como operador político son reconocidas en distintas trincheras, en términos de percepción social sigue representando un pasivo. Su nombre arrastra un desgaste considerable, al punto que el PRI, su antiguo partido, se apresuró a deslindarse de cualquier relación. El dirigente estatal, Alex Domínguez, fue tajante al afirmar que Duarte no volverá a las filas tricolores mientras tenga cuentas pendientes. En Acción Nacional, el silencio ha sido su estrategia: sin respaldo pero tampoco una condena explícita. Desde Morena, el mensaje ha sido más categórico. Aunque algunas figuras locales han sido vinculadas a su entorno, la dirigencia nacional ha cerrado la puerta a cualquier acercamiento.

Javier Corral, su sucesor y principal antagonista, ha maniobrado desde la Ciudad de México para impedir cualquier intento de rehabilitación política por parte de Duarte, manteniendo un discurso combativo que busca evitar cualquier coqueteo entre el morenismo y su antiguo adversario.

Mientras tanto, en el Palacio de Gobierno estatal, la gobernadora Maru Campos se ha mantenido al margen, en lo que algunos interpretan como una señal de pactos no declarados. La expectativa es que evite pronunciamientos que la involucren en un tema políticamente costoso, aunque sectores cercanos insisten en que eventualmente deberá fijar postura si no quiere arriesgar más puntos en su ya desgastada popularidad.

Los operadores de Duarte, por su parte, han reactivado sus redes con una estrategia clara: no alinearse aún a ningún proyecto partidista, pero mantenerse influyentes en los márgenes. El exgobernador ha sido históricamente un maestro del timing, y sabe que definir su filiación política ahora podría cerrarle más puertas que abrirle oportunidades.

Su táctica apunta a la victimización, y para ello requiere construir la figura de un adversario. Ya se perfila una lista de antagonistas activos y exiliados que podrían alimentar su narrativa de redención. Y mientras el juicio de la opinión pública parece condenarlo al descrédito, él apuesta por la memoria corta del electorado y su propia capacidad mediática para reconfigurar su historia.

La reaparición de Duarte no es improvisada. Se trata del primer paso de una campaña cuidadosamente diseñada para reintegrarlo al tablero político, con la expectativa de que el olvido colectivo diluya las acusaciones del pasado y lo reubique, una vez más, como un actor con ambiciones intactas y redes aún operantes.

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